lunes, 12 de abril de 2010

FANTASEAR






F A N T A S E A R


Espere a que llegara la hora del crepúsculo. La fuerza del sol se esforzaba en romper las últimas nubes. Dos rayos de luz deslumbrante cayeron sobre la extensa pradera en forma de un compás abierto, plateado y preciso. El sol se esforzaba pues quería ahogar las nubes, desnudarse ante las criaturas del mundo y hacer arder la tierra. Pero las nubes oponían su resistencia color turquesa y aquella pelea germinada en un paisaje que era como las pinturas donde los artistas intentan representar la Naturaleza con una luz que era como un destello mágico.

En el instante último el sol asomo, anaranjado y ardiente. Y el horizonte pareció temblar con el pálpito de una belleza irreal mostrándose así apenas un instante, como todo lo que tiene el aire de lo imposible. Fue como un profundo respiro ardoroso de hondo sabor a miel.

La mañana se levanto fea, con un cielo colgado sobre la gran pradera como un velo hecho jirones. Atravesé campos secos pues hacia días que no llovía, la sabana que cubría el cielo se ensanchaba conforme me iba alejando. A la izquierda de la carretera se alzaban unas arrogantes cordilleras en forma de serrucho. De pronto el paisaje se hizo más verde, con bosques de acacias que trepaban hacia los montes, como un ejército de setas.

A lo lejos, se divisaban gigantes montañas, una de ellas parecía que quería llegar a tocar con su cresta puntiaguda la sabana que cubría el cielo. El campo olía a tierra preparada para recibir la lluvia que parecía que no tararía en bajar del cielo. Delante de mis asombrados ojos, asomo como por encanto un arito de luz blanco y cegador, era un grandioso lago, sus cristalinas aguas y el rayo de sol que se filtraba entre las nubes deslumbraban sobre el, igual que un espejismo bajado del misterioso firmamento….

Mercé Cardona 1-1-2010